sábado, 29 de septiembre de 2012

PUNTOS DE CHARLA ACERCA DEL LIBRO DE APOCALIPSIS - parte 3

P. Así que, ¿cómo debo responder al libro de Apocalipsis y a la profecía en general? 


R. Cuando captamos el poder de la verdad profética, eso cambia nuestra perspectiva de nuestras vidas diarias. Cuando estaba en el salón del trono de Dios, Juan no se preocupaba por su próxima comida, por las tareas que había dejado inconclusas en su iglesia en Éfeso, o las pruebas y tribulaciones de la persecución que había atravesado. No se preocupaba si dejó la plancha encendida, si sus acciones estaban ganando intereses, y ni siquiera si sus hijos algún día volverían al Señor Jesús. Su respuesta nos conduce a tres verdades eternas que nos ayuden a poner la vida en perspectiva a la luz de la eternidad.

Primero, no ignore el futuro. Hay sucesos venideros que deben tener lugar (Apocalipsis 4:1). Si Dios tiene en su mano el tiempo y los resultados de los tiempos del fin, entonces Él también controla todo los sucesos que conducen a ellos. Como “el principio y el fin,” Él también tiene completa autoridad sobre todo entre un punto y otro. Nos movemos continuamente hacia el futuro, y si escogemos ignorar el impacto del plan divino en nuestras vidas, eso nos conduce a la frustración y desencanto.

Segundo, no simplifique demasiado sus expectativas del cielo. Todo cuadro del cielo, toda pintura e imagen popular, y todo ícono antiguo distan mucho de la realidad. La visión que Juan tuvo del cielo, con sus símbolos y encuentros indecibles, nos presenta una visión breve pero abrumadora del cielo.

Tercero, no se concentre en usted mismo. Qué fácil es contagiarse de “la fiebre de los tiempos del fin,” y enredarse en las trompetas y copas. A menudo somos como niños que todavía no han captado el concepto de señalar algo. Nuestro padre y madre señalan algo espectacular, y nosotros nos quedamos abismados contemplando el dedo. Apocalipsis nos señala a Dios. Si nos concentramos en el libro de Apocalipsis a la luz de nuestros propios intereses, preferencias y deseos, nos perderemos el objeto de la existencia tanto celestial como terrenal: la gloria de Dios.

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