El apóstol Pablo siempre se consideró un preso por la causa de
Cristo; nunca por un delito. Estaba encadenado porque creía en Cristo,
lo predicaba y lo representaba.
Desde el punto de vista de Roma, Pablo era un preso encadenado a
un guarda romano. Pero desde la perspectiva de Pablo, ¡los guardas
romanos eran esclavos cautivos encadenados a él! El resultado de tal
confinamiento fue que la causa de Cristo se había llegado a conocer "en
todo el pretorio". Lejos de ser una condición opresiva, a Pablo se le
había dado la oportunidad de dar testimonio de Cristo a cada guardia
asignado a él, cada seis horas.
¿Qué veían los soldados? Veían el carácter santo de Pablo, su
misericordia, su paciencia, su amor, su sabiduría y su convicción. Al
convertirse los miembros de la guardia de palacio, se difundía la
salvación más allá de ellos hasta "los de la casa de César" (Fil. 4:22).
Por muy difícil que pueda parecer a primera vista, nadie es demasiado
difícil de evangelizar.