jueves, 15 de noviembre de 2012

DIVINO-HUMANO Y SALVADOR - Juan 1-3

La Palabra, Verbo o logos en el griego, es Jesucristo, quien es Dios mismo. “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:1,14)

La encarnación es el modelo para testificar de Cristo; todo misionero debe encarnarse en la cultura de la gente para comunicar el mensaje divino. Taylor fue a la China, dejó su nacionalidad inglesa y adoptó la cultura y las costumbres de otro país para testificar de Cristo, miles de chinos se volvieron a Dios, porque entendieron en su cultura, el amor de Dios.


El texto nos desafía a creer y recibir a Cristo, a pesar del rechazo que harán otros; debemos proclamar al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Al igual que Andrés, presentemos a otros a Cristo. Al igual que Felipe, contemos que hemos encontrado a Jesucristo, a pesar del prejuicio de Natanael, quien dijo que de Nazaret, no puede salir nada bueno.


En Juan 2, Jesucristo, convierte el agua en vino, y pudo así servir a su comunidad y animar la fiesta; pero no se emborrachó, ni el vino tenía un alto contenido alcohólico. El vino era una costumbre judía, y no es una excusa para embriagarnos, porque el Señor nunca perdió el control; Él les dio un vino especial y como una señal del poder de Dios. Además, el Señor, purifica el templo que estaba lleno de comerciantes y estaba convertido en un mercado de ofertas. El templo era un lugar santo, dedicado a la adoración de Dios y no al baratillo de animales. El Señor Jesús, los conocía a todos, pues “conocía el interior del ser humano”.


En Juan 3, cuando una persona se arrepiente, Dios cambia su mente, su voluntad y sus emociones. El más vi pecador es regenerado y transformado en un hijo de Dios, y ahora ha nacido de nuevo para ver el reino de Dios en acción. Para nacer de nuevo es vital reconocer que Dios amó al mundo, que él dio a su Hijo unigénito para que toda persona que cree y reciba a Cristo tenga vida eterna.


Así como Juan el Bautista, que reconoció que él no podía ser el pariente que redime a la novia, pues, no era digno de desatar el calzado del Señor y en actitud humilde, dice: “A él le toca crecer, y  a mí menguar”. Así el creyente debe reconocer a Jesús como su Señor y servirle.