Creo
que “disciplina” es una de las palabras mas difícil de nuestro
vocabulario, más que “sacrificio” o “perdón”. A todos nos gusta recibir
perdón, pero a nadie le gusta recibir disciplina. Tenemos un concepto
equivocado de la disciplina, porque la asociamos con castigo; cuando en
realidad se trata de corregir lo que está torcido o cambiar los hábitos
nocivos para el cuerpo, la mente o el espíritu. La disciplina del Señor
no tiene que ver con castigo por el pecado. Tiene que ver con el
ejercicio del Fruto del Espíritu: la mansedumbre (dominio propio).
Este es un recurso que Dios ha puesto a nuestra disposición por medio del Espíritu Santo. Requiere de nosotros obediencia, aceptar las circunstancias dolorosas, como oportunidades para perdonar, amar, aprender a esperar y confiar, para humillarnos y pedir perdón por los pecados, para experimentar la Gracia de Dios en nuestras vidas.
Muchas
veces esperamos la oportunidad “perfecta” para hacer algo importante a
los ojos de Dios. Pues bien, aceptemos la disciplina espiritual y
cambiemos nuestra manera de comportarnos para agradar a Dios.