miércoles, 19 de diciembre de 2012
Él es el Salvador
La parte más importante de la anatomía de una iglesia es la cabeza. Ningún cuerpo es completo sin una cabeza. La cabeza de la iglesia es el Señor Jesucristo. En Efesios 4 Pablo dice: “Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (vv. 15-16). Aunque nosotros tenemos que hacer todo lo que podamos en la iglesia, es el poder de Cristo lo que hace que todo funcione. Nos consuela mucho saber que cuando nosotros fallamos, Él triunfa. Cristo es nuestra cabeza; sin Él no podemos hacer nada (Jn. 15:5).
Un
pasaje de gran ayuda al examinar la obra de nuestro Señor en la iglesia
es la majestuosa bendición con la que termina la epístola a los
Hebreos: “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto
eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad,
haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por
Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”
(13:20-21).
Tres cosas en este texto apuntan a la obra salvadora de Cristo a favor de su iglesia.
Su nombre
En
Mateo 1:21 leemos: “Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados”. Jesús significa “Jehová salva”. Es la forma
griega del nombre Josué en el Antiguo Testamento. Este es el nombre de
aquel que salva. Hebreos 2:9-10 dice: “Pero vemos a aquel que fue hecho
un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a
causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios
gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son
todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de
llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor
de la salvación de ellos”. Jesús es el que gustó la muerte por cada uno
de nosotros. Se convirtió en el “autor” [gr. archegos, “el pionero”] de
la salvación.
Hechos
4:12 dice: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El nombre
de Jesús habla de su obra de salvación.
Su sangre
El
pueblo judío sabía que el pecado había que expiarlo mediante la sangre.
Eso es parte del mensaje de la carta a los hebreos. En Hebreos 9:18
leemos: “De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre”.
Todo judío sabía que la ratificación del antiguo pacto en Levítico
17:11 fue mediante sangre. Dios requería que hubiera derramamiento de
sangre para quitar el pecado. Moisés era el agente de Dios para rociar
la sangre que ratificaba el antiguo pacto: “porque habiendo anunciado
Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre
de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e
hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo:
Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado. Y además de esto,
roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos en el
tabernáculo.
Sin
embargo, toda esa sangre era solo simbólica de la sangre que sería
derramada por Cristo para hacer la paz entre el hombre y Dios. Hebreos
9:22 dice: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin
derramamiento de sangre no se hace remisión [perdon]”. Esa es la razón
por la que Cristo tenía que derramar su sangre para ratificar el nuevo
pacto. Jesús dice en Mateo 26:28: “Esto es mi sangre del nuevo pacto,
que por muchos es derramada para remisión de los pecados”.
Notemos
que Hebreos 13:20 dice: “Por la sangre del pacto eterno”. El pacto
mosaico – el Antiguo Testamento – no era eterno. Era un pacto temporal,
la sombra de los bienes venideros (He. 10:1). Cristo Jesús hizo un pacto
eterno: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los
santificados” (He. 10:14). Mediante un solo acto de sacrificio, Cristo
nos dio salvación eterna. Hebreos 9:12 dice: “Y no por sangre de machos
cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para
siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.
Mientras que los sacerdotes de Israel tenían que repetir los sacrificios
continuamente en el lugar santo, Cristo hizo un solo sacrificio, y
compro salvación eterna para nosotros (He. 10:11-12).
Su resurrección
Cuando
pensamos en la resurrección de Cristo, tenemos tendencia a verlo como
un medio para nuestra propia resurrección; pero hay en ello mucho más
que eso. La resurrección de Cristo Jesús es la afirmación más grande de
la aprobación del Padre de la obra salvadora de Jesús. Cuando el Padre
levantó a Jesús de entre los muertos, estaba afirmando que Jesús había
llevado a cabo aquello para lo cual había ido a la cruz.
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