La tentación no viene de Dios, sino de adentro. El vocablo tentado se empleaba en contextos de cacería para describir animales que se atraen a las trampas, y se emplea seducido
para describir pescar con una carnada. Toda persona es tentada cuando
la trampa del pecado tiene una carnada que apela a su lujuria. La
lujuria de una persona que responde a la seducción de la trampa la atrae
engañosamente hasta el punto que es atrapada.
¿Qué nos impulsa tanto hacia la carnada? No es Dios. Y tampoco lo
son Satanás, ni sus demonios, ni el sistema malvado del mundo el que
nos seduce para que mordamos el anzuelo. Es nuestra naturaleza lujuriosa
la que nos impulsa a morderlo. Nuestra carne, nuestra naturaleza caída,
tiene un deseo de lo malo.
Desde una perspectiva espiritual, el problema es que, aunque hemos
sido redimidos y hemos recibido una nueva naturaleza, tenemos todavía un
enemigo dentro. La pasión interior de la carne, no Dios, es la culpable
de que seamos tentados a pecar.
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