No
podemos aferrarnos a nada, ni siquiera a un hijo o hija, más que a nuestra
confianza en Dios. Si de manera auténtica confiamos en la soberanía y poder de
Dios, descansaremos en la seguridad de que nuestros hijos e hijas están tan
seguros ante el peligro que en sus camas en casa. Por otro lado, si Dios
permite que vayan antes que nosotros al cielo, ninguna protección impedirá
tales circunstancias.
Rara
vez experimentaremos la paz que buscamos sin rendirle a Dios aquello por lo que
oramos. En última instancia nuestra consolación no puede venir de la seguridad
de que Dios protegerá a nuestros hijos, por irónico que suene. Nuestra
consolación viene al confiar en un Dios que permanece en completo control y que
realizará sus propósitos incluso en las peores circunstancias. Eso no puede
cambiar, aunque parezca que el mal haya ganado el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario