Puede
medirse la madurez espiritual de un creyente por lo que puede quitarle
el gozo. El gozo es un fruto de una vida guiada por el Espíritu (Gá.
5:22). Debemos regocijarnos siempre (Fil. 4:4; 1 Ts. 5:16). En todas las
circunstancias el Espíritu Santo produce gozo, de modo que no debe
haber ningún momento en el que no estemos regocijándonos de alguna
manera.
El
cambio, la confusión, las pruebas, los ataques, los deseos
insatisfechos, el conflicto y las relaciones tirantes pueden quitarnos
el equilibrio y despojarnos del gozo si no tenemos cuidado. Entonces
hemos de llorar como el salmista: “Vuélveme el gozo de tu salvación”
(Sal. 51:12).
Jesús
dijo: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33), y el apóstol
Santiago dijo: “Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas
pruebas” (Stg. 1:2). Dios tiene su propósito en nuestras aflicciones,
pero nunca nos quita el gozo. A fin de mantener nuestro gozo debemos
asumir la perspectiva de Dios respecto a nuestras pruebas. Cuando nos
rendimos a la obra de su Espíritu en nuestra vida, no nos agobiarán
nuestras dificultades.
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